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El consultorio de Erasmus Cefeido - Lun, 20/05/2013

Sí, amigos, un destronamiento tras otro... Aunque las ventajas de ser o no el centro del universo podrían reducirse a una simple cuestión de ego, si hay que buscar un culpable de estas sucesivas caídas en desgracia la cuestión está clara: el telescopio. No resulta raro que, cuando Galileo ofreció su telescopio a sus oponentes ideológicos para que comprobaran que existía un mini sistema solar en torno a Júpiter (y que, por tanto, no todo el universo giraba en torno a la Tierra), un maestro de la Universidad de Padua se negara “para no aturdirse la cabeza” con cosas nuevas y “meterse en andanzas” que le cambiaran las ideas de siempre.

A nosotros, en cambio, nos encanta meternos en andanzas, que nos cambien las ideas y, por supuesto, el telescopio, de modo que vamos a repasar un poco la historia de este magnífico instrumento.

 

Los primeros telescopios

Todo comenzó en el año 1200, cuando Roger Bacon consiguió tallar la primera lente con forma de lenteja, que se empleó, noventa años después, en las primeras gafas para miopes. Aunque varios autores se disputan el invento del telescopio, lo más probable es que su verdadero inventor fuera el holandés Hans Lippershey, que construyó el primer telescopio hacia 1608. Galileo, al oír hablar de este instrumento, construyó su primer telescopio según le habían contado y con él descubrió los satélites de Júpiter, los cráteres de la Luna y los anillos de Saturno.

 

Telescopio de Galileo. Fuente: csc

 

El astrónomo Johannes Kepler pidió a Galileo un ejemplar de su pequeño libro –de veinticuatro páginas– Sidereus nuncios (“El mensajero de las estrellas”), en el que describía sus observaciones astronómicas con el telescopio. Y aunque Galileo ni siquiera le contestó, Kepler pudo hacerse con el ejemplar y en 1611 construyó su primer telescopio de lentes, mejor incluso que el de Galileo ya que conseguía enderezar la imagen al añadir una tercera lente convexa.

Los telescopios refractores, como el de Galileo, siguieron desarrollándose a pesar de la aberración cromática, un defecto que consiste en una coloración anormal de los bordes del objeto observado a través de una lente. Precisamente para corregir esta aberración se inventaron los telescopios reflectores, campo en el que Newton se anticipó al crear el primero de ellos. Persistían, sin embargo, dos problemas: la aberración esférica, consecuencia de usar un espejo esférico, y la reducida luminosidad, producto de la elaboración del espejo a partir de metales pulidos. Todo ello provocó que los telescopios reflectores se desarrollaran poco, dejando el campo libre a los refractores.

Estos últimos intentaban minimizar las aberraciones disminuyendo la curvatura de las lentes (haciéndolas menos convergentes), lo que producía un aumento del tamaño del instrumento. Así, a partir de 1640 los telescopios se hicieron más y más grandes: desde el telescopio de Galileo, que medía algo más de metro y medio, pasaron a medir cuatro, cinco y seis metros, como el de Huygens (construido en 1656) de siete metros y cien aumentos. Y así siguió la carrera hasta 1670, año en el que J. Hevelius fabricó un telescopio de cuarenta y dos metros de largo. Estos telescopios tan largos se mostraron inútiles porque se movían con el viento y era difícil mantener las lentes alineadas, de modo que se probó con los “que tenían el objetivo en un lado y el ocular en otro, y se movían u alineaban mediante sistemas de poleas” (telescopios aéreos). Este sistema tampoco fue muy provechoso por la dificultad de mantener alineadas las lentes y se realizaron pocos telescopios de este tipo.

Telescopio de Hevelius en Danzig. Fuente: Museum of the History of Science

Los telescopios modernos

Tras el telescopio de Newton, los reflectores se desarrollaron poco debido a la falta de luminosidad. Pero con la confección de espejos a partir de vidrio recubierto de plata los telescopios reflectores –o de espejos– fueron adquiriendo más protagonismo, en parte porque su fabricación no requería la gran perfección óptica necesaria en la elaboración de las lentes de los refractores. No obstante, ambos tipos fueron predominando alternativamente desde 1608 hasta 1950, momento en que el la construcción del telescopio Hale (Monte Palomar, EEUU) estableció finalmente la hegemonía de los reflectores. El Hale, con sus cinco metros de diámetro, ostentó el récord en tamaño hasta 1976, año en que se construye el telescopio de seis metros soviético BTA. Este, a su vez, cedió el primer puesto en 1993 al primero de los Keck, un par de telescopios gemelos situados en Hawai con casi diez metros de apertura.

 

Gran Telescopio Canarias. Fuente: IAC.

 

Para solventar uno de los mayores problemas para la observación astronómica, la absorción de la luz por parte de la atmósfera terrestre –especialmente del infrarrojo debido al vapor de agua–, se elaboraron proyectos para poner telescopios en el espacio, como el Telescopio Espacial Hubble, que lleva ya veintitrés años en activo. Luego se comprobó que era mucho más barato construir grandes telescopios en tierra que poner los instrumentos en órbita, de modo que gran parte del esfuerzo se está enfocando a la mejora de las capacidades y al aumento del tamaño de las instalaciones terrestres. Así, se han construido telescopios robóticos, que se hallan totalmente automatizados, y realizan la observación de manera autónoma: eligen el objeto a observar en función de las condiciones, abren la cúpula, apuntan el telescopio y realizan la adquisición de datos.

En la actualidad hay varios telescopios que superan la “barrera” de diez metros de los Keck hawaianos, como el Large Binocular telescope (LBT) o el Gran Telescopio Canarias. Otros proyectos a más largo plazo constituyen verdaderos desafíos, como el Thirty Meter Telescope (30 metros, situado en Hawaii) o el European Extremely Large Telescope (39 metros, situado en Chile).

 

European-Extremely Large Telescope. Fuente: ESO




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